Por Nelson A. Marte
Aunque Leonel Fernández se recibió de abogado, siempre ha compartido ese interés con el periodismo.
Eso quedó registrado en su tesis de grado El Delito de Opinión Pública, en la que ponderó los temas de la opinión pública y las figuras del delito sobre la emisión del pensamiento.
Luego se haría profesor de la UASD en las asignaturas Sociología de la Comunicación y Derecho de Prensa.
No sé yo si esa doble inclinación la consideraba herramientas claves para la persuasión y defenderse de las consecuencias que le acarrearía su ambición desmedida de poder mostrada durante su carrera pública.
Se sabe, porque es un dato público, que a su paso por el poder cooptó el favor, y la incondicionalidad en muchos casos, de miles de comunicadores mediante el uso de los fondos públicos.
Se sabe también que de manera fría y calculada Leonel se dedicó a convertirse en amigo personal de integrantes de familias propietarias de las grandes empresas periodísticas del país, y de otros importantes dueños de medios.
Por esa y otras razones el tres veces presidente de la República y otras tantas aspirante a volver a serlo, ha sido un niño mimado de buena parte de la prensa.
Por ello sorprendió que en su último artículo se queja disimulada pero amargamente de lo que considera el trato inmerecido que dio parte de la prensa a la actividad que celebró recientemente en Santiago.
En una especie de cátedra a ejecutivos, editores y redactores sobre cómo deben administrar sus noticias, Leonel se quejó de que sólo dos de los 5 principales diarios le dieran foto y reseña en primera plana a ese mitin.
“Otro, en primera plana también, pero sólo con fotografía del orador principal, sin que se visualizara la multitud congregada.
“Además, el espacio gráfico era compartido con otra organización política que ese mismo día había realizado también una actividad proselitista, aunque de menor magnitud e importancia”.
Se queja de uno de los principales medios que “Obvió brindarle una primera plana. No lo consideró merecedor de una mísera instantánea y sólo le reservó una migaja insignificante en un párrafo perdido de diez líneas ilegibles”.
Leonel dice esperar que “la función de la comunicación pueda realizarse en el marco de la objetividad”, y para que editores y periodistas tengan claro que sepan de lo que habla, pontifica sobre la objetividad:
“consiste, simple y llanamente, en que los datos, la materia prima de la noticia o información, se convierta en el espejo de la realidad”.
Claro que Leonel no pide objetividad en establecer que su “mitin de Santiago” se hizo con gente de Puerto Plata, la Línea Noroeste, de Moca, La Vega, Salcedo y San Francisco, como ha denunciado su competencia de la oposición, que siente el encuentro se le hizo domo una desafiante tour de force.
Ni la objetividad tampoco de dejar en su sitio que ese mitin proselitista se hizo en violación a las leyes de Partidos Políticos y del Régimen Electoral.
En su crítica a los medios Leonel se mete más para lo hondo que el aspecto técnico que es la jerarquización de las informaciones.
En el reclamo de mejor tratamiento a “su” noticia incursiona en el umbral de los principios éticos que deben suscribir nuestros ejecutivos, editores y redactores al difundir sus noticias.
Subraya que “Entre éstos (principios) se encuentra el de la responsabilidad social de los medios, que consiste, fundamentalmente, en la obligación moral de todo profesional de la prensa de difundir la verdad”.
Si ponderamos que por las razones citadas Leonel Fernández ha sido un niño mimado de parte de la prensa, tanto que hasta se permite cuestionarla tan abiertamente, sus críticas son especialmente negativas.
Él es una figura de alto relieve que alcanzó tres veces la presidencia de la República y que ha sido un académico sobre la materia e incluso el presidente de una fundación que tiene el desarrollo y las libertades como parte de sus divisas, por lo que sus críticas perforan y lesionan incluso el ámbito de la credibilidad de los medios.