Rescatar la política

Por Yvelisse Prats Ramírez de Pérez
yvepra@hotmail.com

¿Quién que es, no es político?

No recuerdo exactamente cuando oí esa frase, que integra en la interrogación su respuesta.

Aristóteles lo había afirmado ya taxativamente en el siglo IV antes de Cristo: “El hombre es un animal político”.

Si aceptamos que lo somos y agregamos a la excluyente sentencia aristotélica las mujeres, se supone que nosotros, los políticos de ambos sexos, debemos conocer ¡y hasta aplicar! el significado del concepto POLÍTICA.

Ciencia, ya lo dijo nuestro Juan Pablo Duarte. “Digna”, la calificó, y ese adjetivo le concedió un valor que la coloca dentro de la taxonomía axiológica, en una posición muy elevada.

Ejercerla, si se elige como profesión, y es mi caso, aunque la comparto con la educación, obliga aún más a conocerla y respetarla. Por fuerza, así como estudié Ciencias de la Educación y me gradué, pero continué estudiándolas, ocupo parte de mi tiempo en aprender más sobre la política, esa vocación humana, que al convertirse en profesión me reta moralmente a ejercerla con las competencias que exige su complejidad, y rechazando versiones e interpretaciones perversas, que, la presentan como innecesaria, sustituida por el Mercado, o la vuelve obscena al convertirla en parte de él.

En un viejo libro editado en español en 1960, “Análisis de la Ciencia Política”, de Jean Meynaud, leí hace tiempo, lo que luego, a partir de mi ingreso en el PRD un año después, me sirvió de guía para la acción, que siempre, eso lo practico aun, debe estar guiada por la idea. Separar los que hacen política sin pensamiento previo, o sea sin una teoría política, a veces aciertan coyunturalmente, pero terminan fracasando, inmersos, en el despropósito neoliberal de entender el ejercicio del poder político como instrumento fácil para insertarse en un poder económico totalmente desprovisto de ética.

Encontré el libro que leí hace 58 años en un estante, escondido entre obras más modernas. Me emocioné. Era de mi papá, como lo anuncia su firma estampada en la primera página.

Me puse a releerlo, quizás porque ha pasado mucha agua debajo del puente, o por eso mismo, quise confirmar en un texto clásico algunas nociones sobre política cuya interpretación actual no cuadra con mis convicciones.

En mi relectura, constato la complejidad de la política; incluso de su análisis como ciencia, que conlleva atributos de arte, y se vale cada vez más ahora de la tecnología, es, también,exigente: requiere de una metodología severa.

Mientras me adentraba en sus páginas, manchadas por el óxido del tiempo, confirmé, recordé, la indivisible relación de la Ciencia Política, con las Ciencias Sociales, con la Economía, con las Ciencias Matemáticas, la Estadística.

Ciencia, la política lo es, por todo lo alto. Y, como todas las otras ciencias, no me lo dice solamente este volumen escrito por un sabio; me lo afirma mi conciencia, está intrínsecamente unida con la ética, que es también una ciencia, como lo asume la filosofía griega.

La política sin la ética, conduce directamente, justifica y aplaude, su práctica inmoral. Sabemos que la ética es la ciencia que postula, y la moral es la acción que confirma la adhesión a determinados valores, y, sobre todo, que hace diferenciar claramente el bien del mal. “imperativo categórico” le llamó Kant.

A ese apremio interno, a ese disciplinar de las bajas pasiones, que debe andar de manos cogidas con la práctica política, yo la llamo “mi grillo de Pinocho”.

Ese bichito sabio le avisaba al Muñeco de Madera con corazón humano cuando una tentación lo tocaba. En mí se manifiesta cuando la tentación del desánimo se asoma, con el mal pensamiento sobre lo infecundo de la lucha. Entonces siento, físicamente, una punzada de mi grillo que me avisa “no te rindas, sigue”… ¡y yo sigo!

Concluyo este En Plural con dos reflexiones breves, que me refuerza Jean Meynaud, y que ya generó en mí, desde que en mi bachillerato leí la Moral Social del Sr. Hostos.

Primera: la política sigue siendo una “ciencia digna”, pese a la deformación que sufre por malas prácticas, y por la negación que hace de ella el Neoliberalismo. Pero hay que rescatarla en su esencia.

Segunda: la relación entre política y ética es ínsita, pero debe manifestarse en la praxis, en la moral aterrizada que lleva a presidir la vida pública y privada de los políticos, sobre todo los que detentan poder.

¡Cuánto quisiera que estas conclusiones las compartieran en plural todos mis colegas!

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