Por Nelson Marte
En el conjunto de reformas que estudia proponer al país el presidente Luis Abinader, está una a la Constitución para impedir que futuros presidentes puedan cambiarla en su beneficio, como ha ocurrido en múltiples ocasiones en perjuicio de nuestro desarrollo republicano institucional.
De las 39 reformas constitucionales que se han hecho desde 1854, hasta las últimas, hechas por Leonel Fernández en 2010 y Danilo Medina en 2015, la gran mayoría han sido hechas en beneficio de los presidentes que las han impulsado.
Ya para extenderse su mandato, o para rehabilitarse de modo que, si han tenido impedimento para presentarse, puedan volver a la puja electoral luego de la reforma hecha, como hizo el presidente Fernández previo a dejar el poder en 2012.
Esa constante histórica de los presidentes tratar de perpetuarse en el poder o volver a detentarlo son expresiones de lo que se ha dado en llamar el continuismo, en el que hombres que se creen predestinados o providenciales a mantenerse o buscar el poder a como dé lugar, dan rienda suelta a su ambición desmedida.
Ahora, con un endoso popular tan mayoritario como pocas veces se haya visto, con amplias mayorías en ambas cámaras del Congreso, y en consecuencia de la Asamblea Nacional, el presidente Abinader tiene en agenda una reforma constitucional para ponérselas bien difícil para que en el futuro un presidente pueda usar mayorías calificadas, ganadas en buena lid o conquistadas con recursos non santos, vuelva a reformar la Carta Magna en su beneficio.
En una acción nunca vista, propondrá el presidente cerrarse la posibilidad de que se legisle en su beneficio, con lo que actuaría igual que sus antecesores continuistas.
Cortar ahora un fenómeno tan dañino para nuestra azarosa vida política, como es el continuismo, sería una misa de salud para el fortalecimiento de nuestra institucionalidad democrática.
Por más vueltas que se le dé no se entiende por qué gente que se postula como demócratas está desde ya oponiéndose a esa reforma.